Unas de las cosas que más me gusta de la docencia es que te permite aprender algo nuevo cada día. Os voy a contar como descubrí, realmente el Señor me mostró a través de un alumno, que la vida de todo ser humano tiene sentido.
La vida de todo ser humano tiene sentido
Esta historia que os cuento hoy ocurrió un 22 de diciembre, el último día antes de las vacaciones de Navidad. No voy a poner fechas ni nombres por motivos de respeto y privacidad. Supuso un antes y un después en cómo entender y priorizar los contenidos que impartimos en el aula.
Llevaba un tiempo preocupada por aquellos alumnos que no se “acoplan”, que no avanzan. Me preocupaba no encontrar caminos para su proceso de aprendizaje, ver mi limitación en no saber cómo llegar a algunos de ellos. En concreto, en esta personita, veía tantas limitaciones, carencias…
Me preguntaba: ¿De qué va a vivir? ¿De qué va a trabajar? ¿Qué futuro le espera?
Por otro lado, venía a exalumnos que no habían querido estudiar en la adolescencia, pero que de adultos habían encontrado su sitio, su forma de aprender y venían con sus hijos a matricularlos en nuestro centro. Esto me producía cierta tranquilidad, pero en mi interior había desasosiego, mi mirada estrecha ante la vida me impedía ver.
Qué es lo que ocurrió
Esa mañana, suele ser un día diferente en el centro, con actividades relacionadas con la Navidad, el compartir, el agradecimiento… Un poco antes de finalizar, solemos hacer una pequeña fiesta con los alumnos de nuestra tutoría, compartimos lo que hemos traído, hacemos el amigo invisible…A mí me gusta hacerles un pequeño detalle, algo simbólico, relacionado con las situaciones que han ocurrido ese año en la tutoría. Ese año, había preparado una pulsera hecha con hilos. Fui poniéndosela uno por uno, cuando llegué a él me pregunto:
¿Esto lo has hecho para mí?
¡¡Qué bonito!!
Me miró como si le hubiera regalado un gran tesoro. El agradecimiento que me mostró me conmovió y se me dio ver todo el amor que ese niño podía dar. Me sentí tremendamente amada. El Señor me mostró que su vida tenía un sentido, aunque yo no consiguiera que aprendiera absolutamente nada, que posiblemente no terminaría la ESO, pero que estaba lleno de VIDA. Tenía mucho que ofrecer al mundo, de una manera muy distinta a la que yo quería que fuera con mi mirada estrecha.
Cambió la percepción de la realidad
Ese día cambió la percepción de la realidad. Ese momento me dio paz, me liberó, me hizo entender, que todos tenemos un sentido, una misión en la vida. Aquel niño me enseñó a ver las cualidades, las fortalezas, los dones más allá de si es capaz o no de superar esos objetivos o competencias que nos marcan la ley de turno. No ver el ser y el tener como compartimentos estancos, sino como realidades cuya interrelación cambia a lo largo del tiempo. Cambiar el código de lo que es riqueza y pobreza, de lo que es cualidad y limitación, cualidades valiosas y las que no lo son.
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